Comenta la Reina –en el polémico libro de Pilar Urbano- que “el testamento de Franco fue clave, porque el Caudillo decía que los españoles debían ponerse al lado del nuevo Rey”. Pues bien, sepa la Reina, tan cariñosa con Carmencita –la hija de Franco y doña Carmen collares- que, de haberse producido los acontecimientos según pretendía el dictador, habría durado la Monarquía en España menos que un caramelo en la puerta de una escuela. Porque los españoles demócratas –que eran y son mayoría- no hubieran respaldado a un Rey impuesto por Franco con el único fin de que continuara el Régimen del 18 de julio.
Ocurrió, Señora, exactamente todo lo contrario. Con clarividencia, y visión de futuro, fue el Rey el que se puso al lado de los españoles. O, si se prefiere, se puso al frente de una manifestación imparable, que exigía la democracia y la recuperación de las libertades, vilmente secuestradas durante cuarenta años por la fuerza no de la razón, sino de las armas.
Bajo palio
Usted, Señora, habría sido Reina no digo por un día –como aquel famoso concurso de la TVE de los años sesenta-, pero sí por un tiempo más bien efímero, si su marido hubiera sido fiel al juramento que hizo a los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional, cuando en julio de 1969, fue nombrado sucesor de Franco a título de Rey. A Juan Carlos I no lo designó el tirano para convertir a España en una monarquía constitucional y parlamentaria –que él odiaba por ser sinónimo de libertad-, sino para perpetuar el fascismo a la española el falangismo de Isabel y Fernando, [“moriremos besando la sagrada bandera”], o el nacionalcatolicismo de Franquito bajo palio y obispos desempeñando cargos claramente políticos.
El último dictador
El último dictador de la Europa Occidental fue un general español golpista –con las manos manchadas de sangre- arropado por muchos de sus compañeros castrenses y por Hitler, Mussolini, el portugués Salazar y la oligarquía española, además de la cúpula de la Iglesia. ¿Se acuerda usted, Señora, que el único jefe de Estado que asistió a los funerales de Franco, tras el 20-N de 1975 fue Augusto Pinochet, el siniestro general chileno, a las órdenes de la Casa Blanca de Richard Nixon y de Henry Kissinger? Pinochet, que era un asesino, fue un gran admirador de Franco.
Don Juan de Borbón
Franco mantuvo a raya a su suegro, Señora, don Juan de Borbón. No se fiaba de él. Temía que instaurase una monarquía a la inglesa. En orden estricto dinástico, el padre de su marido era el heredero de la Corona. Fue boicoteado desde El Pardo y los juanistas -que por lo general fueron gentes bien intencionadas de la derecha civilizada- fueron a menudo tildados de traidores a España o de compañeros de viaje de los rojos. El nombramiento de Juan Carlos I se hizo a espaldas del titular de la dinastía. Usted debe de conocer muy bien la fricción entre su marido y su padre desde aquel julio de 1969.
La elección
Fue elegido Juan Carlos Borbón y Borbón heredero del Caudillo en una sesión solemne de las Cortes Españolas. Votaron los llamados procuradores –el vocablo diputado estaba mal visto-, todos ellos franquistas, directamente o indirectamente nombrados gracias al dedo del dictador. Estuvieron también los procuradores por el tercio familiar, que eran una parodia, una mala caricatura o un remedo lamentable del sistema democrático. Todo junto, pues, venía a ser un artificio, una inmensa tomadura de pelo.
Ofensa a una parte de los españoles
Señora, usted ha conseguido –como ha declarado el portavoz del PP, Esteban González Pons- “ofender a una parte de los españoles, pero representa lo que piensa la otra mitad”. ¿Ha dejado de ser la Reina de todos los españoles? Hay que decir que González Pons ha hecho un buen diagnóstico al señalar que el debate debe centrarse en si la Monarquía “debe hablar o no”. Ése es uno de los aspectos relevantes, sin duda, de la situación creada por la Reina. Pero, aun siendo bueno el diagnóstico, parece necesario subrayar que ese debate es innecesario porque estaba correctamente resuelto –con alguna que otra excepción en principio de tono menor- aplicando la doctrina esencial de las Monarquías constitucionales: “El Rey reina pero no gobierna”. Gobierna el partido que vence en las urnas o que logra sumar el número suficiente de diputados para gobernar”.
Después del grave traspiés
El auténtico debate, a partir de ahora, va a empezar a ser Monarquía o República. Barrunto que así será después del grave traspiés de la Reina, que incluye además escarceos peligrosos por la política internacional, como sus severas críticas a Putin y sus impertinencias hacia el Rey de Marruecos. Algunos argüirán que ese debate ya existía, pero puede obviamente multiplicarse y potenciarse al máximo. El caldo de cultivo lo ha puesto sobre la mesa la mujer del César. Ha olvidado uno de sus principales deberes. No sólo Sofía de Grecia debe ser constitucional; también ha de parecerlo. Y en esta ocasión ni ha sido constitucional ni lo ha parecido. ¿Se encenderá la luz roja de alarma en La Zarzuela? El Rey, en el momento procesal oportuno, se puso al lado de los españoles. Usted, Señora, ahora se ha equivocado.
Análisis de Enric Sopena, director de El Plural
Ocurrió, Señora, exactamente todo lo contrario. Con clarividencia, y visión de futuro, fue el Rey el que se puso al lado de los españoles. O, si se prefiere, se puso al frente de una manifestación imparable, que exigía la democracia y la recuperación de las libertades, vilmente secuestradas durante cuarenta años por la fuerza no de la razón, sino de las armas.
Bajo palio
Usted, Señora, habría sido Reina no digo por un día –como aquel famoso concurso de la TVE de los años sesenta-, pero sí por un tiempo más bien efímero, si su marido hubiera sido fiel al juramento que hizo a los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional, cuando en julio de 1969, fue nombrado sucesor de Franco a título de Rey. A Juan Carlos I no lo designó el tirano para convertir a España en una monarquía constitucional y parlamentaria –que él odiaba por ser sinónimo de libertad-, sino para perpetuar el fascismo a la española el falangismo de Isabel y Fernando, [“moriremos besando la sagrada bandera”], o el nacionalcatolicismo de Franquito bajo palio y obispos desempeñando cargos claramente políticos.
El último dictador
El último dictador de la Europa Occidental fue un general español golpista –con las manos manchadas de sangre- arropado por muchos de sus compañeros castrenses y por Hitler, Mussolini, el portugués Salazar y la oligarquía española, además de la cúpula de la Iglesia. ¿Se acuerda usted, Señora, que el único jefe de Estado que asistió a los funerales de Franco, tras el 20-N de 1975 fue Augusto Pinochet, el siniestro general chileno, a las órdenes de la Casa Blanca de Richard Nixon y de Henry Kissinger? Pinochet, que era un asesino, fue un gran admirador de Franco.
Don Juan de Borbón
Franco mantuvo a raya a su suegro, Señora, don Juan de Borbón. No se fiaba de él. Temía que instaurase una monarquía a la inglesa. En orden estricto dinástico, el padre de su marido era el heredero de la Corona. Fue boicoteado desde El Pardo y los juanistas -que por lo general fueron gentes bien intencionadas de la derecha civilizada- fueron a menudo tildados de traidores a España o de compañeros de viaje de los rojos. El nombramiento de Juan Carlos I se hizo a espaldas del titular de la dinastía. Usted debe de conocer muy bien la fricción entre su marido y su padre desde aquel julio de 1969.
La elección
Fue elegido Juan Carlos Borbón y Borbón heredero del Caudillo en una sesión solemne de las Cortes Españolas. Votaron los llamados procuradores –el vocablo diputado estaba mal visto-, todos ellos franquistas, directamente o indirectamente nombrados gracias al dedo del dictador. Estuvieron también los procuradores por el tercio familiar, que eran una parodia, una mala caricatura o un remedo lamentable del sistema democrático. Todo junto, pues, venía a ser un artificio, una inmensa tomadura de pelo.
Ofensa a una parte de los españoles
Señora, usted ha conseguido –como ha declarado el portavoz del PP, Esteban González Pons- “ofender a una parte de los españoles, pero representa lo que piensa la otra mitad”. ¿Ha dejado de ser la Reina de todos los españoles? Hay que decir que González Pons ha hecho un buen diagnóstico al señalar que el debate debe centrarse en si la Monarquía “debe hablar o no”. Ése es uno de los aspectos relevantes, sin duda, de la situación creada por la Reina. Pero, aun siendo bueno el diagnóstico, parece necesario subrayar que ese debate es innecesario porque estaba correctamente resuelto –con alguna que otra excepción en principio de tono menor- aplicando la doctrina esencial de las Monarquías constitucionales: “El Rey reina pero no gobierna”. Gobierna el partido que vence en las urnas o que logra sumar el número suficiente de diputados para gobernar”.
Después del grave traspiés
El auténtico debate, a partir de ahora, va a empezar a ser Monarquía o República. Barrunto que así será después del grave traspiés de la Reina, que incluye además escarceos peligrosos por la política internacional, como sus severas críticas a Putin y sus impertinencias hacia el Rey de Marruecos. Algunos argüirán que ese debate ya existía, pero puede obviamente multiplicarse y potenciarse al máximo. El caldo de cultivo lo ha puesto sobre la mesa la mujer del César. Ha olvidado uno de sus principales deberes. No sólo Sofía de Grecia debe ser constitucional; también ha de parecerlo. Y en esta ocasión ni ha sido constitucional ni lo ha parecido. ¿Se encenderá la luz roja de alarma en La Zarzuela? El Rey, en el momento procesal oportuno, se puso al lado de los españoles. Usted, Señora, ahora se ha equivocado.
Análisis de Enric Sopena, director de El Plural
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