Interesante artículo de Vicenç Navarro (Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra).
En lo único que discrepo es en la idea que defendía Santiago Carrillo de que no se podía hacer otra cosa. Esta misma idea es defendida hoy en día por nuestro vicepresidente de la Junta de Andalucía, Diego Valderas, para, por ejemplo, rebajar el sueldo de los funcionarios andaluces. Y no me vale que un dirigente de izquierdas se escude en que no hay otro remedio. Si no lo hay, búscalo, y si no lo encuentras presenta tu dimisión. Pues en caso contrario, habrá que rebelarse (como el mismo pedía en su última campaña) pero en su contra.
Paul Preston es un historiador que goza de un merecido respeto y estima entre las fuerzas democráticas que lucharon contra la dictadura en España por sus trabajos sobre aquel régimen que existió en España durante cuarenta años (1939-1978). Sus libros han sido y continúan siendo puntos de referencia en la historiografía española para miles y miles de, no sólo historiadores, sino gente normal y corriente que ha ido descubriendo lo que ocurrió en este país durante aquel periodo enormemente represivo. Historiador basado en la London School of Economics, es el decano de los historiadores anglosajones, estudiosos de la dictadura que en España se conoce como dictadura franquista.
En lo único que discrepo es en la idea que defendía Santiago Carrillo de que no se podía hacer otra cosa. Esta misma idea es defendida hoy en día por nuestro vicepresidente de la Junta de Andalucía, Diego Valderas, para, por ejemplo, rebajar el sueldo de los funcionarios andaluces. Y no me vale que un dirigente de izquierdas se escude en que no hay otro remedio. Si no lo hay, búscalo, y si no lo encuentras presenta tu dimisión. Pues en caso contrario, habrá que rebelarse (como el mismo pedía en su última campaña) pero en su contra.
Paul Preston es un historiador que goza de un merecido respeto y estima entre las fuerzas democráticas que lucharon contra la dictadura en España por sus trabajos sobre aquel régimen que existió en España durante cuarenta años (1939-1978). Sus libros han sido y continúan siendo puntos de referencia en la historiografía española para miles y miles de, no sólo historiadores, sino gente normal y corriente que ha ido descubriendo lo que ocurrió en este país durante aquel periodo enormemente represivo. Historiador basado en la London School of Economics, es el decano de los historiadores anglosajones, estudiosos de la dictadura que en España se conoce como dictadura franquista.
Una nota personal. No conozco a Paul Preston, pero sí sus trabajos.
Utilizo sus textos en mis clases a los estudiantes de Ciencias Políticas
de la Universidad Pompeu Fabra, que encuentran su lectura absorbente
pues muestra una cara de su país ocultada o silenciada en los mayores
medios de información y persuasión a los que están expuestos en su vida
cotidiana, incluso dentro de la academia. Aplaudo pues su inmensa labor
esclarecedora de la naturaleza tan opresiva y cruel que caracterizó
aquel régimen político. Cuando volví del exilio, hace ya muchos años,
una de las realidades que me causó mayor tristeza e indignación fue ver
lo poco que sabían los estudiantes de muchas universidades españolas y
catalanas (en las que impartí docencia como profesor visitante) sobre la
dictadura y su represión. El miedo y el silencio que conllevó, explica
que las generaciones que vivieron bajo la dictadura callaran y no
transmitieran a las generaciones más jóvenes lo que habían visto.
Y esta opacidad del pasado, que Paul Preston ha ido mostrando y
denunciando, continuó durante la democracia, una democracia muy limitada
y muy vigilada como consecuencia del enorme dominio que las fuerzas
conservadoras (herederas de la nomenclatura que controló el Estado
dictatorial) todavía tienen en las instituciones políticas, mediáticas e
incluso académicas de este país. La Real Academia de la Historia ha
publicado recientemente un volumen de la historia de España que contiene
capítulos de alabanza al Dictador y al sistema político que estableció.
Este dominio explica, por cierto, porqué muchos historiadores
académicos españoles no hayan tratado aquel periodo con la frecuencia e
intensidad que deberían, pues en su valoración para ser promocionados en
la carrera universitaria, pueden estar evaluados por catedráticos
conservadores, que en muchas áreas llegan a ser mayoría. No es por
casualidad que algunos de los profesores universitarios que han sido más
críticos con aquel periodo en sus escritos hayan sido historiadores
—como Paul Preston— extranjeros. Durante muchos años eran los únicos que
tenían acceso a las fuentes de datos que eran vetados a los españoles.
Ni que decir tiene que esto ha ido cambiando y hay excelentes
historiadores españoles que han hecho una labor extraordinaria,
excelente y llena de rigurosidad. Pero muchos de ellos lo han hecho a un
coste personal elevado. Su marginación de los centros de decisión tanto
universitario como político y mediático es muy acentuada.
Estos son los costes de la Transición de la democracia a la
dictadura, que se hizo en términos muy favorables a las fuerzas
conservadoras, que impusieron un silencio sobre su pasado, lo cual me
lleva al desacuerdo que tengo con Paul Preston, un desacuerdo mayor pues
sus lentes, críticas con aquel régimen liderado por el General Franco,
son excesivamente benevolentes en su análisis del monarca y el papel que
el rey jugó en tal Transición.
La transición no fue modélica
El punto de vista que Paul Preston expresa acerca del monarca es el que se reproduce en el establishment
político y mediático español, basado en su mayor parte en Madrid. Es el
que también ha sido promovido por las fuerzas conservadoras del país, a
la cual se han añadido voces de las fuerzas democráticas que tuvieron
un protagonismo en aquella Transición de la dictadura a la democracia.
Según tal sabiduría convencional, la Transición —definida como modélica—
fue fruto de un consenso entre los herederos de la dictadura y las
fuerzas democráticas —lideradas por las izquierdas— que decidieron
olvidarse del pasado y mirar al futuro, con gran generosidad por parte
de todos, estableciendo una Constitución que recoge la síntesis de tal
consenso, el cual permitió que se estableciera una democracia,
homologable a cualquier otra en la Europa occidental, dotada con los
derechos sociales, políticos y laborales existentes en todo sistema
democrático. Y una persona clave en esta Transición modélica, que lideró
aquel proceso (con un “comportamiento heroico” según lo define Paul
Preston), fue el monarca que lideraba las fuerzas herederas del
franquismo. En su libro sobre el monarca, Paul Preston, lo define como
un demócrata, camuflado en las estructuras del poder dictatorial, que
prácticamente esperaba su momento para desarrollar las libertades
democráticas. Repito que esta visión es ampliamente extendida en el
establishment español.
La idealización de la figura democrática del Rey
En esta idealización de la figura del Monarca se ignoran hechos que la contradicen, y entre ellos son.
- El Monarca, nombrado por el General Franco como su sucesor, tenía como base de su poder todo el aparato del Estado heredado de la dictadura, incluyendo las Fuerzas Armadas y el Aparato Represivo. Tenía también la capacidad de incidir sobre la mayoría de medios de información en España, tanto públicos (controlados por la nomenclatura del Estado dictatorial) como privados.
- Las fuerzas democráticas, lideradas por las izquierdas, acababan de salir de la clandestinidad, y su poder institucional y mediático era prácticamente nulo. El desequilibrio de fuerzas no podía ser mayor. De ahí que la Transición se hiciera en términos muy favorables a las ultraderechas y derechas gobernantes y muy desfavorables a las izquierdas.
- Los primeros borradores propuestos por el primer gobierno nombrado por el monarca para democratizar el sistema político, que él deseaba liderar, no tenían nada de democrático. El hecho de que tales primeros borradores se fueran abriendo se debió a la gran agitación social, liderada por el movimiento obrero y sus sindicatos clandestinos que se habían infiltrado en los sindicatos fascistas. Desde 1974 a 1978 España vio el mayor número de huelgas y movimientos de protesta que Europa haya visto, de manera que si bien Franco murió en la cama, la dictadura murió en la calle. El temor de los herederos de la dictadura era que hubiera una rebelión popular, contaminada por la Revolución de los Claveles ocurrida en Portugal. Tal agitación fue la que forzó los cambios del monarca, pues su principal objetivo, por encima de cualquier otro, era mantener la monarquía, y temía, que por mucho Ejército que controlara, el proyecto se le podría venir abajo si aquellas movilizaciones continuaban.
- Esta apertura de las propuestas iniciales escasamente democráticas, hechas por el rey, tuvo sus límites, sin embargo. La Ley electoral, inicialmente aprobada por la Asamblea del Movimiento Nacional (los remanentes del movimiento fascista) como condición de su desaparición, estaba deliberadamente sesgada a favor de los territorios considerados conservadores, con el intento, según han reconocido autores de tal ley electoral, de marginar a las izquierdas, y muy en particular al Partido Comunista.
Dicha ley, aunque modificada, no ha variado en su sesgo, de manera
que, aún cuando la suma de los votos a los partidos de izquierda ha sido
mayoría en todas las elecciones (excepto dos) al Parlamento Español
(las Cortes Españolas), las políticas públicas (excepto en limitados
periodos) no han respondido a una voluntad de izquierdas. Aún hoy,
España tiene el gasto público social por habitante más bajo de la UE-15.
- El monarca y la monarquía han jugado un papel clave en la permanencia en el poder de los poderes fácticos como la banca y la gran patronal, que continúan siendo el centro del establishment conservador, el mismo establishment que ha sido responsable del enorme retraso político, económico y social de España. Y su intervencionismo en la vida política es mayor que la existente en otras monarquías, gozando de una inmunidad que no tiene parecido en otros sistemas monárquicos democráticos.
La evidencia de cada uno de estos puntos es abrumadora y queda sintetizada en mis libros Bienestar Insuficiente. Democracia incompleta. Lo que no se habla en nuestro país. 2002 y el Subdesarrollo social de España. Causas y consecuencias. 2006.
Se me dirá, como me lo han transmitido personas protagonistas en
aquella Transición, personas que me honran con su amistad y a las cuales
he tenido siempre gran respeto y estima (tales como el fallecido
Santiago Carrillo), que no había otra alternativa. Parece que ello fue
así (aunque tengo que admitir que cada vez tengo más dudas, a la luz de
lo que se va conociendo) pero lo que sí considero un grave error es que
se definiera la Transición como modélica o que se considerara al monarca
como el mayor motor del cambio democrático. Me parece que cada día se
ve mejor que de modélica, aquella Transición tuvo poco, pues ni se ha
resuelto el enorme retraso social de España ni tampoco se ha solucionado
el hecho todavía no admitido por la monarquía y por la Constitución, de
que España es un país plurinacional. Hoy estamos viendo la gran
agitación social consecuencia de los fallos heredados de aquella
Transición inmodélica, tanto en el frente social como en el identitario.
Paul Preston no toca estos temas, lo cual es sorprendente, pues la
evaluación del pasado debe incluir su impacto sobre el presente. Y el
presente está yendo muy mal, y ello está relacionado con cómo no se
resolvió el pasado. Lo único que dice Paul Preston es que si no hubiera
rey, habría una Presidencia de la República que la ocuparía gente como
Felipe González o José María Aznar, figuras claramente políticas que
politizarían en exceso la figura del presidente.
Pero tal argumento ignora que si hubiera una República querría decir que no habría monarquía y que el establishment
enormemente conservador, que ha actuado como freno a los cambios que
este país necesita, tendría mucho menos poder. El establecimiento de una
República en España sería un enorme cambio pues sería una rotura con el
pasado dictatorial y su herencia, liberando la enorme energía, todavía
por desarrollar, que significaría una nueva cultura democrática, que
inevitablemente ocurriría con el establecimiento de una República. La
extraordinaria limitación del sistema democrático español que ofrece
escasísimas oportunidades a la ciudadanía para participar en la
gobernanza de su país (resultado del dominio conservador en las
instituciones españolas) se ampliaría en un sistema republicano, tal
como ha ocurrido en otros periodos anteriores de nuestra historia, como
fue la II República. En cuanto a la supuesta excesiva politización de la
figura del presidente del país, tengo confianza en la ciudadanía
española, pues el voto puede solucionar los problemas que el mismo voto
crea, lo cual no ocurre con la monarquía.
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