Siempre me ha llamado la atención la disparidad en las cifras que se dan sobre manifestaciones, huelgas,..., según las obtengas de los convocantes o lo hagas de miembros del gobierno. Lo más curioso de todo es que en algo tan objetivo y tangible como una cantidad, se aplique tanta subjetividad para dar lugar a cantidades diametralmente opuestas (y en muchos casos ridículas). Normalmente tras ello hay intenciones poco sanas, manipuladoras, censura por un tubo,... (¿verdad, Cristina Cifuentes?)
A continuación reproduzco un artículo muy interesante al respeto visto en El Pais.
Raramente hay acuerdo. Un millón de personas se manifestaron el
pasado 14 de noviembre contra los recortes del Gobierno de Mariano
Rajoy, dijeron los sindicatos. Fueron 35.000, según la delegación de
Gobierno en Madrid, encabezada por Cristina Cifuentes. La cifra ha sido
considerada ridícula por algunos ciudadanos, que rápido han reaccionado
con críticas en las redes sociales. En el mismo enclave de la capital,
la plaza de Colón, el PP convocó una concentración contra la política
antiterrorista del gabinete de Zapatero en marzo de 2007. En aquella
ocasión, la Comunidad de Madrid afirmó que habían asistido más de dos
millones de personas. Aunque en ese momento hubieran salido a la calle
más personas que en la última huelga general, la diferencia de datos es
tan abultada que se ha reabierto el debate sobre cómo se hacen los
recuentos de congregados en grandes concentraciones.
“Las manifestaciones y las huelgas nunca se han medido de forma
objetiva”, sentencia Ramón Adell Argilés, profesor de Sociología en la
UNED e investigador de la materia. “Para los organizadores suele ser la
‘más multitudinaria de la historia’ y para las instituciones contrarias
es ‘el mayor fracaso”, añade. Las cifras bailan en función de los
intereses de quien las mida, pero Adell opina que son necesarios “más
rigor y seriedad”, sobre todo, cuando el cálculo lo hace una entidad
pública como una Administración autonómica o la Delegación del Gobierno.
“Últimamente se da un desprecio hacia las personas que protestan y hay
más sesgo en los cálculos”, apunta en relación con esta institución en
Madrid.
Esta actitud de “ninguneo” por parte de los gobernantes se produce
porque creen que “si no miran, no existe”, dice Adell. Pero tiene
consecuencias, alerta el sociólogo. “Puede llevar a una radicalización
en las movilizaciones para llamar la atención”. Y deja la sensación,
señala, de que todos mienten. Ante esta creencia, los ciudadanos tienden
a “hacer una media, lo que es erróneo, porque presupone una objetividad
de las fuentes que, aun difiriendo, tendrían cifras cercanas”, afirma
el profesor. Pero una o las dos cantidades pueden estar demasiado
mermadas o engordadas. “Todos juegan con que se hará esa media”,
explica.
La reacción de los ciudadanos a los datos publicados por la
Delegación de Gobierno y los sindicatos el 14 de noviembre no se ha
limitado a la simple suma y división de cantidades. Algunos internautas
han considerado “ridícula” la cifra aportada por la popular Cristina
Cifuentes (35.000). La política ha sido criticada y ridiculizada en las
redes sociales con mensajes alusivos a su “vista de halcón” y su
capacidad para “encoger manifestantes”. “Cuando se fuerza demasiado la
máquina demagógica se pierde credibilidad”, asegura Adell. No es la
primera vez que Cifuentes da cifras fuertemente cuestionadas por los
ciudadanos. Para la concentración, el pasado 25 de septiembre, alrededor
del Congreso de los Diputados se dispusieron más de 1.300 agentes de la
Policía Nacional, un despliegue calificado de desmesurado para los
6.000 manifestantes que después calculó la Delegación del Gobierno en
Madrid.
Tampoco han sido creíbles para otros las estimaciones de los
sindicatos. “Ni tanto ni tan calvo”, bromea un tuitero. En un trabajo de
autocrítica, José Javier Cubillo, secretario de Organización y
Comunicación de UGT, reconoce que los cálculos de manifestantes del
sindicato “están sujetos a error”, porque aunque el procedimiento sea
riguroso, en la práctica, “a veces” no lo es. El sindicato, uno de los
convocantes de la huelga general del pasado 14 de noviembre, estimó la
afluencia a la protesta ese día en un millón de personas. Lo hizo,
asegura Cubillo, cruzando datos de superficie ocupada y densidad de
personas por metro cuadrado. “Manifestaciones de un millón ha habido
muchas”, ironiza Adell sobre ese umbral psicológico y simbólico de
llegar a las siete cifras para ganar impacto. Matiza, sin embargo, que
“entra dentro de la lógica” que los organizadores de una protesta
engorden la cantidad de asistentes. En cualquier caso, Cubillo resta
importancia a las cantidades porque “distraen sobre los motivos de una
protesta” y rehúsa opinar sobre los datos de Cifuentes y los suyos
propios.
“Se debería estandarizar una metodología, y que sea pública, para
todas las manifestaciones; si siempre tienes el mismo margen de error no
pasa nada, porque puedes comparar los datos”, declara Rafael López,
director de desarrollo de algoritmos de análisis en Vaelsys, empresa
especializada en soluciones de visión artificial, también para el conteo
de personas en aglomeraciones. En su opinión, cuando una protesta se
produce en la calle y sobrepasa las 300 personas, la técnica idónea para
estimar la cantidad de asistentes es cruzar datos de densidad por
metros cuadrados ocupados. Para ello, explica, es necesario dividir la
superficie total en zonas y que varios técnicos, cada uno en su área,
cuenten a la misma hora —“intentando que sea la de mayor afluencia”—
cuántas personas hay en un metro cuadrado.
“Cuando nos piden analítica de imágenes para concentraciones, no lo
recomendamos”, apunta López. El experto asegura que ese método (que un
ordenador cuente cabezas en fotografías panorámicas de alta definición)
es muy eficaz en espacios cerrados “como un polideportivo”. En ciudades,
sin embargo, “puede haber árboles o papeleras que se confundan con
personas”, dice. “Podrías atinar si tuvieras una imagen cada dos
metros”, añade. La empresa Lynce, ya desaparecida, utilizaba la técnica
descrita. En su web avisaban de la “dificultad de contabilizar” cuando
las condiciones eran complejas, por ejemplo, por “climatología adversa,
abundancia de pancartas o ausencia de calles amplias”, señalaban. Por
eso, hacían un control de calidad “de manera artesanal” después de
asignar un número a cada persona informáticamente. Buscaban, según
explican, sombras, globos o arbustos que hubieran sido considerados
humanos, así como individuos detrás de banderas ignorados en el proceso
anterior.
¿Hay posibilidades de estandarización y consenso? “Solo cuando
estamos de acuerdo en la protesta”, responde Adell. Un ejemplo fue la
concentración de ciudadanos en apoyo a las víctimas del atentado del 11
de marzo de 2004 en Atocha, al día siguiente del ataque terrorista. No
hubo discusiones públicas sobre la asistencia. Tampoco los medios de
comunicación discreparon. La versión, prácticamente unánime, fue que en
toda España se manifestaron 11 millones de personas. Pero las ocasiones
en las que se da esta armonía de datos, son muy pocas. Lo habitual es
que no haya acuerdo, como sucedió recientemente con la manifestación
independentista de la Diada en Barcelona. Asistieron dos millones, según
la organización; 1,5, siguiendo los cálculos de la guardia urbana y el
departamento de Interior; y 600.000 contó la Delegación del Gobierno.
Unas discrepancias que no son tan alarmantes como las de la huelga
general y que Llorenç Badiella, responsable del servicio de Estadística
Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona, resolvió en el diario
La Vanguardia el pasado 14 de septiembre: “Un cálculo pormenorizado del
área ocupada y la densidad de la marcha da la razón al Gobierno”, zanja.
Existen diferentes métodos, más o menos fiables, pero con base
científica para calcular aglomeraciones. ¿Por qué se dan todavía
diferencias tan grandes en las estimaciones? La respuesta de los
expertos es idéntica: intereses. “La gente no se moviliza por deporte,
normalmente, lo hace por descontento. Y los Gobiernos no quieren tensión
en la calle”, argumenta Adell. “Pero para acabar con ella no tendrían
que ningunear, sino hacer otras políticas”, opina. “Es triste que las
instituciones no vean lo que pasa en la calle, aunque tampoco se puede
gobernar a golpe de manifestación”, dice.
Pero el gabinete de Rajoy ha insistido, ante el creciente malestar
social canalizado en protestas cada vez más frecuentes, en minimizar la
importancia de las mismas. “Permítanme que haga aquí, en Nueva York, un
reconocimiento a la mayoría de españoles que no se manifiestan, que no
salen en las portadas de la prensa y que no abren los telediarios. No se
les ve, pero están ahí, son la mayoría de los 47 millones de personas
que viven en España”, declaró el presidente del Gobierno tras el 25-S en
referencia a las imágenes de los indignados españoles que proliferan en
los medios de comunicación internacionales.
El discurso de Rajoy recuperaba el concepto de “mayoría silenciosa”.
Pero que una parte de la sociedad no salga a la calle contra los
recortes no quiere decir que estén a favor de los mismos. Para poder
hacer ese análisis “sería necesario conocer cuánta gente se manifestaría
a favor de las políticas de austeridad”, explica Adell. “Mucha gente no
hace huelgas por miedo a perder el trabajo, pero eso no quiere decir
que no estén de acuerdo con los motivos”, añade el sociólogo.
Las manifestaciones son un éxito o un fracaso en función de cuánta
gente haya asistido. La cantidad que cada uno ve depende la afinidad
propia con lo reivindicado. Esta es una realidad asumida desde hace
años. El “todos mienten” es común a la mayoría de protestas. El
resultado es que las mediciones pierden paulatinamente credibilidad. Y
aunque existen métodos bastante fiables, nadie parece dar con la manera
de aplicarlos sin que estén teñidos de subjetividad.
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